Cuando
estaba preparando HO en aquel
espacio, lo oscurecí, estaba sola. Tenía frente a mí un bloque grande de hielo
y sobre el las velas, tome el soplete, lo encendí y empecé a derretir todo. De
repente vi una luz y empezaron a salir más listones luminosos en todo el
cuarto, mi espalda se llenó de escalofríos y algo me hizo salir corriendo para
terminar abrazando ese árbol, regrese recogí las cosas y me fui.
Tal vez a veces, ese
lugar era una bomba de hidrógeno dotada de conciencia. Santana, el hombre que vivía junto a Antigona, entraba a su
casa. Santana
abría el candado del portón en sus manos había una flor de cementerio blanca,
cerraba el candado y avanzaba hacia las escaleras, y yo trepada sobre la barda
con un pedazo de hielo en mis manos, lo observaba. Santana sigue adentrándose
en Antígona, desde su fallecimiento el 11 de mayo.
Recuerdo
también que Sabina trepaba en aquel cuarto a una tortuga que caminaba sobre un
hilo azul y quebraba su voz al hablar de su abuela, otro chico tocaba un piano
de cera en la ventana que da hacia el río, una chica hablaba de sus amores en
ese árbol, yo trepaba por una ventana manejando un muñeco con cabeza de
mandarina que se convertía en avión y aterrizaba en las manos de Ángel
“Todos
tememos al fin, bueno la mayoría, algunos estamos en trámites. Camino descalzo
todo el tiempo. Es buena la yerba del verano en ella duermen los sueños de un
guerrero, su amor, sus impulsos, en ella los peces se arrebatan, en ella
preparo mis músculos para el próximo combate” Algunas de las palabras leídas
por Rodrigo Brondo durante la inauguración de Antígona.
Nadia
Ros/ Actriz. Colectivo Sonrisa de duende.
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