mientras que la
ciudad que existe en su lugar existe menos
Ítalo Calvino, Las
ciudades invisibles.
I
Hemos pensado a la
ciudad como el documento testimonial en la vida de sus sociedades. Como la
geometría viva de un pasado que podemos considerar la historia irrepetible de
lo acontecido y el suceso impostergable de lo que está por venir. De lo que
podemos explicarnos a partir de la memoria impresa en su arquitectura, en la
crónica sustancial que deriva de ella y en como el transcurrir del tiempo funda
un espacio habitable en el mapa que la comprende como territorio-ciudad.
El territorio-ciudad,
en un gesto de fragilidad y resistencia, se apertura como escenario de tránsito
en la migración de su propia geografía, en el continuo movimiento de nuevas
sociedades violentas, mostrándose como una plataforma de sobrevivencia difícil
de concebir si no es al alcance de una brújula colectiva que conduzca su localización
y destino. Nuestra brújula dice hoy que la ciudad debe permanecer. Permanecer
como único espacio dimensionado e imaginado al interior de nuestra cartografía
de vida.
Un plano que se
extiende frontal al vértigo, ofreciendo rumbos y horizontes de cuestionamiento a
la luz de una otra edad abierta a nuevas negociaciones e influencias, pero no a
la aniquilación y clausura de su esencia histórica como alternativa de
reinterpretación genuina, desde y para el deseo de la sociedad que la habita.
II
Un medida salvaje hacia
la ruptura de esta identidad es lo que ahora suponen las acciones de demolición
a edificios antiguos en condición de abandono dentro de la zona conurbada del
puerto de Tampico. Construcciones reconocidas como inservibles a una promesa
política, inhabilitada de progreso que nulificando su concepción de fondo,
planeación y desarrollo, transgrede determinantemente la composición urbana del
mismo modo en que otros predios situados en la misma categoría, inician un
descalificado proceso de remodelación que no atiende a la naturaleza de su
arquitectura, despojándolos violentamente no solo de su composición original, si
no del testimonio inmaterial que representa como documento del tiempo y el
espacio, ofertándolos impunemente al mercado inmobiliario.
La alternativa directa
de gobierno y propietarios es borrarlos del paisaje urbano, llamando de este
modo a una estética arquitectónica modernista y favorable que incentive al
turismo y las posibilidades de recuperación para el espacio público. Estas edificaciones (A
pesar de no ser consideradas de valor histórico patrimonial) no pueden
suscribirse a un parámetro de utilidad expuesto a la escala de plusvalía,
gentrificación y producción mercantil. Son en sí mismo memoriales comunes del
presente, agentes testimoniales de nuevas estructuras de negociación con la
historia. Sus acciones de demolición representan un atentando hacia la ciudad
misma, que de este modo desvanece su
identidad con el paso de las guerras del poder, la codicia e indiferencia de
sus instituciones.
Tras la demolición de Antígona espacio cultural instalado en
una antigua casa situada en la zona centro que mantuvo cuatro años de
actividades escénicas de carácter gratuito para la comunidad, muere una construcción
más de carácter histórico en el puerto de Tampico, hogar de un árbol de más cien años talado de manera indiscriminada junto al desalojo violento de dos familias
y sus animales domésticos.
Consideramos que
estamos frente a un escenario de depredación del patrimonio arquitectónico y
cultural que necesita atención inmediata. Nos preguntamos si este es un signo
de progreso basado en la modernidad. Si esta anulación de la memoria simboliza el avance pretendido que nos ha de
representar como sociedad.
El programa Teatro para el fin del mundo, propone una revisión minuciosa de predios históricos, para su evaluación y tratamiento, considerando que su historia más allá de su valor adquisitivo, pueda generar una defensa colectiva, fincada en el derecho de preservar el patrimonio de una ciudad con expectativas claras de futuro, si no es aventurado pensar que a partir de este catálogo de demolición en práctica, aún pueda sobrevivir su rastro.
Organización TFM
El programa Teatro para el fin del mundo, propone una revisión minuciosa de predios históricos, para su evaluación y tratamiento, considerando que su historia más allá de su valor adquisitivo, pueda generar una defensa colectiva, fincada en el derecho de preservar el patrimonio de una ciudad con expectativas claras de futuro, si no es aventurado pensar que a partir de este catálogo de demolición en práctica, aún pueda sobrevivir su rastro.
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